miércoles, 11 de junio de 2014





Yo también quería sentirme al resguardo de algo mejor.
Sentía esa necesidad de sentarme al lado suyo y descifrar sus palabras.
Intentar ver más lejos de lo que me estaba diciendo. Se me hacía difícil verlo como con costumbre. De la misma manera que tomo siempre del mismo mate. Que ya no sé si es por inercia de agarrar el primero que veo, o si tengo en cuenta que es el único que no se tapa, ergo, la mejor elección. Esa diyuntiva tenía con usted.
A esa altura ver su justa bondad y no pensar que detrás de eso había más, algo mejor, o más perverso, o más psicótico, matemático capaz, me hartaba. Y peor aún, me aburría.
Quería con todas mis fuerzas idealizar hasta la manera en que fruncía la nariz cuando algo de mí le enternecía. Le atribuía y le restaba virtudes con una rapidez y simpleza casi innata.
Por eso cuando ese día me preguntó porque estaba tan callada, tuve que darme vuelta y reirme como una desquiciada. Evadía porque sabía que mentir no era una posibilidad, no sólo porque usted es justamente usted, tan alterable e inquieto, sino también porque solía sospechar cuando algo me afectaba. Y aunque esa característica era algo que quizá varios la tachaban de envidiable, para mi se había vuelto algo horrendo.
Me decía que le gustaba esa arraigada distancia que había logrado consolidar después de mi última gran decepción. Y eso le dió pie a entenderla, para entenderme un poco a mi. Nos pasó también con ese conjunto de reacciones adversas que venían conmigo cuando (a su manera) me eligió. Sin prejuicios ni sermones, las aceptó como un elemento esencial de mis días y las quizo, como me quería en ese entonces.
Con tanta comprención, y asentamiento de su parte para con todas esas cosas ora buenas ora malas, ¿por que ahora se abrían paso entre nosotros estos reclamos?
No sea idiota. Yo lo quiero igual que siempre (mentira). Me rio porque me parece innecesario que se moleste. Disculpe si lo ofendí.- Usted se da vuelta. Ya está resignado porque en todo el camino de acá a Palermo me la pasé haciendo pelotudeces para no enfrentarlo. Y sobretodo se cansó de mi juego de no tutearlo. Lo noto cansado, y un tanto triste.
Yo también lo estaba. O eso creía. Llegamos a mi casa, y el café que preparo es el mismo. Repugnante. Nos acomodamos y le digo que el tiempo es nuestro y que lo quiero. Que no esté triste. Pero ambos sabemos que esa sensación de desconsuelo va a durar por lo menos hasta la mañana. Usted me dice que también me quiere pero que no quiere. Que no quiere qué. No saber,dice. No saber qué. Como tratarte.
Hace ya un rato largo que se pregunta lo mismo. Y al unísono en mi cabeza retornan las mismas dudas, tan comunes y patéticas. Exactamente como me siento en este momento. Confundida por la idea erronea de los sentimientos eternos que me generaron las canciones y las películas. Los únicos espejos donde puedo reflejar una realidad parecida a la mía, pero más apasionante y errática, con música de orquesta, y el chelo sonando siempre cuando usted aparece.
Vivo así, tan encarrilada hacia la decepción.
Nos acostamos, con frío. Me doy vuelta. Cojemos. Es mi otra manera de distraerlo, de mantenerme al margen de la situación. Estirar lo inevitable. Me gustaría que se agobiara, pero no quiere. Me quiere y lo quiero, pero no estamos para esto. Hablo por los dos porque soy una egoísta, no estimarlo parece más fácil.
Imposible cerrar los ojos y negarse. Ya que en cierto modo era lindo que todo surgiese entre nosotros con tanta exaltación. Nos venerabamos como dioses, como líderes natos de la discordia. Creíamos que eramos una unión atroz que rozaba la perfección. Que la desmembraba y la reconstruía con un nuevo concepto, obviando la relatividad, nuestra dualidad, armoniosa y destructiva. Caminabamos seguros de que el mundo yacía acurrucado, temblando.. a la
espera de nuestras voces. Nos devorabamos al tiempo y nos consumiamos en elogios hasta la arcada.
Manifiesto: intuía el avance del desastre. Mierda. Qué sencillo se desgasta un sentimiento tan intenso.
La última vez que lo ví estabamos donde siempre. Algo desentonaba casi metafóricamente, a la hora de sentarnos cambiamos los lugares. Habíamos cambiado y punto. Lo miré con vergüenza, notaba en sus ojos una aspereza que hasta ahora no me había enseñado. Me miró las rodillas (le gustaban mucho, siempre me lo hizo notar), hizo un gesto conocido y nos reimos. Esas risas atenuaban el objetivo del encuentro.
Que mediocres, pensé. No aguanté y hablé: Necesitamos fracasar un poco más antes de entregarnos por completo, de adjudicarnos perfectos.-
No entendió mi punto. No entendió nada de lo que dije esa noche. No quiso y lo sentí apartandosé como otro proyecto disuelto por mi inconstancia. No hizo falta levantarse, la brecha se abrió y se acomodó entre usted y yo, entre vos y yo, creando un fin. Y vos, desde tu lugar me viste dejarte ir.
Me desperté a las 3 y me puse a escribir. No sé por qué. Ese café asqueroso. Empecé a relatar a modo de carta aunque no creo  que vaya a mostrartelá. Pasaron 6 años. Y siento que todavía me escuchás, porque las palabras que uso son las mismas que usarías para describirnos. No te tuteo. Y no te extraño. Vos lo escuchás. Es casi estúpido. Al final, todo empezaba y terminaba a causa de lo mismo: por mi obviedad y por tu intuición.
Cuando te vea te lo voy decir. Qué. Que todavía hay cosas. Cosas que qué. 
Cosas que no pueden evitarse.





male.

No hay comentarios:

Publicar un comentario