lunes, 9 de junio de 2014










No. Lo peor no era perderlo en el camino, o comerse un caramelo mediahora con ese sabor asqueroso que te quedaba al costado de la boca y estabas mínimo tres minutos para terminar de sacarlo. 
El dulce y agrio sabor que les gusta a los viejos y a los médicos. 
Tampoco era el olor hediondo que dejaban los camiones de basura que vi pasar mientras esperaba. Ni el asco que me producían las mujeres exageradamente maquilladas que hacían danzar su culo para el aprecio de los hombres y el vómito de los que pensabamos que la degradación no podía transformarse en algo tan simple como un par de coloretes y un poco de ropa de ajustada para la mujer moderna. 
Y lo pensaba y lo debatía y lo escribía mentalmente y no me cerraba como entre estas cosas lo que me parecía más patético y horrendo era mirarme llorando en el reflejo de una vidriera. 
Era la angustia pero física. Lo que no se debería poder expresar, lo que nos muestra vulnerables. Y tal cual somos. 
Lo que admiro en los demás y en mí lo siento como lo más bajo.
Cómo pisar mierda descalzo, pero la propia. La que no se puede dejar ni con la mayor de las voluntades.
La necesidad de querer alejarme de todo esto estaba nublando mi capacidad de razonar.






male.

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